El camino que plácido tomaba
el aiga deseado y anhelado
de escopetas de marca bien armado
desnudo y esperando se quedaba.
El marqués que vello coleccionaba,
el catalán por siempre retratado,
y hasta el alcalde siempre bien hablado
lloran juntos por algo que se acaba.
Tinta en negro el blanco de la pantalla
y llora el objetivo aún sin pelo
pensando en cineasta tan canalla.
El verdugo no tiene ya recelo
de valenciana y sarcástica falla
donde arden hijo padre y consuelo.
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