Sufrir en carne ajena la condena
de vivir en la propia los olvidos
sin haberlos dado antes por perdidos
ni poder tan siquiera sentir pena;
actuar dentro y fuera de la escena
entre aplausos, butacas y alaridos
sufriendo daños y dejando heridos
siempre el eslabón roto de la cadena;
vivir sin vida, mirar sin mirada,
oir las palabras sin escucharlas,
callar por no conseguir decir nada,
apretar las manos sin agarrarlas
y ser una existencia encaminada
a no encontrar respuetas ni buscarlas
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